El infinito en un junco de Irene Vallejo es un libro cargado de datos interesantes sobre la historia de los libros. Estos son los 10 que más me gustaron y me cambiaron la forma en que veo los libros.

Ficha técnica:

Título: El infinito en un junco.
Autor:
Irene Vallejo.
Género: ensayo.
Año de publicación:
2019.
Páginas:
452.
Temas: libros, lectura, literatura, historia.
Calificación en Goodreads: 3.5.

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El infinito en un junco de Irene Vallejo es un libro cargado de datos inspiradores e interesantes sobre la historia de los libros, las bibliotecas, la lectura y la escritura en el mundo antiguo.

En un artículo anterior ya reuní mis frases favoritas de El infinito en un junco, hoy quiero contarles los datos que más me gustaron y sorprendieron cuando leí este libro en abril pasado con mi Club de lectura (haz clic aquí y conoce el CLE).

La mayoría de estos datos los desconocía y por eso para mí son fascinantes porque nos abren la mirada a preguntas que quizás nunca nos habíamos hecho porque tomamos por sentado, pero que al conocer sus respuestas nos dejan sorprendidos por la maravillosa historia de los libros.

¿Quién inventó el alfabeto y los signos de puntuación? ¿Realmente existió la Biblioteca de Alejandría y fue destruida por un incendio? ¿de dónde viene nuestro «canon literario» y el pergamino?

Si quieres conocer las respuestas, continúa leyendo este artículo que te servirá como un buen resumen o sinópsis del libro.

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1- En la antigüedad no se leía «mentalmente»

Puede parecernos extraño hoy en día, cuando siempre leemos “mentalmente” (como seguramente tú estás leyendo este artículo), pensar que en la antiguedad lo normal de leer era que siempre en voz alta.

En la época de la oralidad, los relatos pasaban de boca en boca cantados por los rapsodas. Después, cuando comenzaron a ser fijados en el papel (o tablillas o papiros o pergaminos), estos eran comúnmente concebidos para ser leídos en público. Incluso cuando los escritores escribían las obras, solían leerlas en voz alta para saber cómo sonarían ante una audiencia (dato curioso: esto también lo hizo Flaubert cuando escribió Madame Bovary). 

«Desde los primeros siglos de la escritura hasta la Edad Media, la norma era leer en voz alta, para uno mismo o para otros, y los escritores pronunciaban las frases a medida que las escribían escuchando así su musicalidad. Solía haber testigos cuando se leía un libro. Eran frecuentes las lecturas en público, y los relatos que gustaban iban de boca en boca.» – Irene Vallejo (2019)

Así que tamaña fue la sorpresa de San Agustían cuando, en el siglo IV, vio leer de esta forma al obispo Ambrosio de Milán. Se quedó tan intrigado que lo anotó en sus Confesiones.

«Era la primera vez que alguien hacía algo así delante de él. Es obvio que le pareció algo fuera de lo corriente. Al leer —nos cuenta con extrañeza—, sus ojos transitan por las páginas y su mente entiende lo que dicen, pero su lengua calla. Agustín se da cuenta de que ese lector no está a su lado a pesar de su gran proximidad física, sino que se ha escapado a otro mundo más libre y fluido elegido por él, está viajando sin moverse y sin revelar a nadie dónde encontrarlo. Ese espectáculo le resultaba desconcertante y le fascinaba» – Irene Vallejo (2019)

Sin embargo, es importante aclarar aquí que esto no significa que solo desde el siglo IV se lee en voz baja. Es más, existen registros de épocas anteriores en los que se habla de la lectura en silencio como lo hace saber Alberto Manguel en su libro Una historia de la lectura.

“Por supuesto, hay ejemplos más antiguos”, dice Manguel, entre los cuales menciona el caso del Hipólito de Eurípides, donde “el rey Teseo descubre una carta en la mano del cadáver de su mujer, Fedra, y mientras el coro se lamenta, Teseo lee en silencio la carta en la que Fedra acusa falsamente a Hipólito de haberla violado y después aúlla con desesperación por lo que ha leído”.

Y hay otro, esta vez de Alejandro Magno, donde Plutarco en uno de sus ensayos “cuenta que el héroe está leyendo en silencio una carta de su madre y que su compañero Hefestión la lee -también en silencio- por sobre su hombro. Alejandro le coloca su anillo sobre los labios para indicar que el contenido de la carta permanezca en secreto”.

Sin embargo, para Manguel “estos ejemplos no muestran que la lectura silenciosa sea común en la Antigüedad. No tenemos descripciones de cómo se leía en las antiguas bibliotecas, si se guardaba silencio o se leía en voz alta, no enunciando claramente, sino murmurando las palabras para entender el sentido de la frase, como se leen los textos sagrados en las escuelas talmúdicas y coránicas”.

el infinito en un junco jeroglíficos

2- Los ocultos y antiguos significados de nuestras letras

Los vestigios más antiguos del alfabeto se encontraron en una pared rocosa en el Alto Egipto y datan del año 1850 a. C. Están relacionadas con la antigua escritura alfabética de la península del Sinaí y del territorio cananeo en Siria-Palestina. Y después, hacia 1250 a. C., los fenicios idearon a un sistema de veintidós signos. Pero no es ahí donde comenzó el intento de poner en «palabras» la realidad del mundo, sino mucho antes.

Los primeros sistemas de escritura eran dibujos esquemáticos, como los jerogríficos de los egipcios o las primitivas tablillas sumerias donde, por ejemplo, dos rayas cruzadas describían la enemistad; dos rayas paralelas, la amistad; un pato con un huevo, la fertilidad. Y aunque después con el alfabeto se crearon signos ya no para representar conceptos sino sonidos, muchas de las letras que hoy en día usamos vienen de esos signos esquemáticos antiguos que representaban conceptos.

Por ejemplo, la «E» simbolizaba el espíritu o el alma humana. Si ponemos a la “E” patas arriba, podremos ver que es como un hombre elevando los brazos, donde el palito del medio representa la cabeza y los de los extremos, los brazos.

«(Un egipcio) Habría arrugado la nariz y enarcado las cejas ante nuestra anodina letra «E», derivada de un bello jeroglífico egipcio —un hombre levantando los brazos— que tenía un poético significado: «das alegría con tu presencia». – Irene Vallejo (2019)

Otros ejemplos son la «D» representaba en origen una puerta, la «M» el movimiento del agua, la «N» era una serpiente y la «O» un ojo.

3- La invención de la puntuación

Como vimos anteriormente, los libros en la antiguedad estaban destinados a ser leídos en voz alta y era tarea del lector desentrañar el ritmo de las palabras que en el texto aparecían juntas, sin ningún signo o separación. ¡Todo un enredo! Esto era así, además, porque de esa forma se ahorraba material (pergamino o papiro) que era costoso.

«Los eruditos de la Biblioteca de Alejandría inventaron un sistema de acentos y puntuación. Ambos se atribuyen al bibliotecario de memoria fabulosa Aristófanes de Bizancio. Cuando las palabras no estaban separadas, colocar unos pocos acentos —como indicadores de ruta en un camino sinuoso— proporcionaba una ayuda enorme al lector». – Irene Vallejo (2019)

Después, a medida que se popularizaba la escritura, en diferentes épocas y lugares se fueron creando diferentes signos y dándoles usos más concretos. Así, por ejemplo,en el siglo VII, San Isidoro de Sevilla actualizó el sistema de Aristófanes (el bibliotecario de la biblioteca de Alejandría que conoceremos más adelante) con la creación de puntos altos, medios o bajos que indicaban pausas de diferente duración.

«A partir del siglo VII, una combinación de puntos y rayas indicaba el punto; un punto elevado o alto
equivalía a nuestra coma, y el punto y coma se utilizaba ya como hoy en día.»
Irene Vallejo (2019)

Así, a medida que los materiales para hacer libros se fueron abaratando y que la escritura se fue formalizando, se creó el sistema de puntuación con puntos, comas, rayas, comillas, paréntesis etc. que usamos hoy en día. Y cuando los libros se hicieron más extensos y la tecnología de la imprenta avanzó se fueron apareciendo la paginación, los índices, las notas al pie y todos los otros símbolos que nos ayudan a navegar fácilmente un libro.

4- Varios datos sobre el papiro

El papiro es un material que se crea a partir de la caña del junco, una planta abundante en las riberas del Nilo. Se fabricaba desde el cuarto milenio antes de Cristo y llegó a haber hasta 8 variedades de distintas calidades, siendo el más fino aquel que procedía de tiras rebanadas de la pulpa interior del junco egipcio.

«Como ya he dicho, los rollos solo se fabricaban en Egipto. Eran productos de importación sostenidos por una pujante estructura comercial que continuó viva, incluso bajo la dominación musulmana, hasta el siglo XII. Los faraones y reyes egipcios, señores del monopolio, decidían el precio de las ocho variedades de papiro que circulaban en el mercado». – Irene Vallejo (2019)

Este material que se popularizó enormemente para la escritura. Se organizaba en rollos y solo se escribía por un lado. Para ahorrar espacio las palabras se escribían juntas, como vimos en el apartado sobre la puntuación. Los rollos, como los casettes, había que rebobinarlos:

«El manejo de un rollo no se parece al de un libro de páginas. Al abrir un rollo, los ojos encontraban una hilera de columnas de texto, una detrás de otra, de izquierda a derecha, en la cara interior del papiro. A medida que avanzaba, el lector iba desenroscándolo con la mano derecha para acceder al texto nuevo, mientras con la mano izquierda enrollaba las columnas ya leídas. Un movimiento pausado, rítmico, interiorizado; un baile lento. Al terminar de leerse, el libro quedaba enrollado al revés, desde el final hacia el principio, y la cortesía exigía rebobinarlo —como las cintas casetes— para el próximo lector.» – Irene Vallejo (2019)

Los expertos en lengua egipcia creen que la palabra «papiro» tiene la misma raíz que «faraón» y algo curioso es que los arqueólogos encontraron un rollo de papiro bajo la cabeza de una momia femenina, casi en contacto con su cuerpo. Ese rollo contiene un canto particularmente hermoso de la Ilíada.

5- El primer autor en firmar un libro a nombre propio fue una mujer

Ahora nos parece común encontrar el nombre del autor en un libro, e incluso es usual que hagamos filas enormes en ferias o eventos del libro para hacer firmar nuestro ejemplar por el autor (como yo lo hice con Irene Vallejo). Pero esta práctica, la de poner el nombre propio del autor en el libro, no fue común hasta mucho después que empezaron a publicarse libros.

El primer autor en hacerlo fue, de hecho una mujer: Enheduanna, poeta y sacerdotisa, hija del rey Sargo I de Acad que escribió un conjunto de himnos tan brillantes y complejos que los académicos que la descubrieron en el siglo XX la llamaron «la Shakespeare de la literatura sumeria». Era poderosa, audaz y también tan inteligente que también le pertenecen las más antiguas notaciones astronómicas.

Curioso que los autores no firmaran los libros en la antigüedad, pero más curioso es aún que, al principio, ¡ni títulos les daban!

6- Los libros no tenían títulos

Hoy en día tomamos por sentado de que los libros tengan títulos. Son una parte muy importante de una obra que puede hacer incluso que compremos o no un libro (como yo con La vida está en otra parte de Milan Kundera). Pero en la antigüedad los textos no tenían títulos sino que se identificaban por la primera línea o por un breve resumen del contenido.

Algo interesante también es que en los tiempos de los rollos de papiro, el lugar preferido para anotar el título y el nombre del autor era el final del texto, la parte más protegida del libro rebobinado (en aquel entonces los libros, que eran rollos, debían ser rebobinados una vez se leían completos, como los casettes). Ahora los vemos, eductores e insinuantes en las portadas de los libros.

“Los primeros títulos fijos, únicos e inamovibles pertenecieron a las obras teatrales. Los dramaturgos atenienses fueron pioneros en titular sus piezas, con las que competían en certámenes públicos y debían quedar a salvo de toda confusión al anunciarlas, promocionarlas o declararlas ganadoras. Prometeo encadenado, Edipo Rey o Las troyanas nunca tuvieron otro nombre o apellido. La prosa, en cambio, tardó más en adquirir títulos duraderos y, cuando los tuvo, fueron a menudo meramente descriptivos: Historia de la guerra del Peloponeso, Metafísica, La guerra de las Galias, Sobre el orador”. – Irene Vallejo (2019)

7- Los primeros libros de bolsillo

La idea moderna del libro de bolsillo se materializó en 1935 con la editorial inglesa Penguin Books que buscaba abaratar el precio del libro y hacerlo más asequible al público. Pero, aunque este formato como lo conocemos hoy en día es relativamente reciente, la idea de un libro portable como tal es más antigua y tiene un antiguo ancestro: los códices pugillares.

Los códices pugillares eran llamados así porque se podían abarcar con el puño (del latín pugnus y de allí pugillares). Los «Códices» eran los conjuntos de tablillas atadas en forma del actual libro, pero ese concepto pasó después a otros materiaales como el papiro o el papel. Organizar los libros así, y no en rollo como antes, permitió que se pudieran transportar más fácil, que cupieran más páginas en menos espacio y que se pudiera escribir por ambas partes, cosa que, como vimos anteriormente, no se podía en el rollo de papiro.

8- A la biblioteca de Alejandría no la destruyó un incendio

Yo no sé ustedes pero yo por mucho tiempo me creí el mito de la biblioteca de Alejandría, esa biblioteca donde estaba todo el conocimiento de la antiguedad, donde había estudios y tratados técnicos que, si no se hubieran perdido en aquel gran y único incendio, hoy en día estaríamos más avanzados en la tecnolocía.

Pero con este libro Irene destruyó mi creencia porque, en realidad, la biblioteca de Alejandría no fue destruida por un incendio, sino por tres importantes durante su historia. Primero con la conquista cesariana de Egipto en el siglo I a. C,  Después, la quema del cristiano Teófilo en su furia antipagana en el 391 d. C y, por útlimo, en el 642 cuando el comandante árabe Amr ibn al-As siguió las órdenes de su rey Omar quien ordenó:

«Por lo que se refiere a los libros de la Biblioteca, he aquí mi respuesta: si su contenido coincide con el Corán, son superfluos; y, si no, son sacrílegos. Procede y destrúyelos» – Irene Vallejo (2019)

Así que Arm destruyó todos los libros de la biblioteca usándolos como combustible para calentar los cuatro mil baños de la ciudad.

Vale la pena agregar también que la biblioteca sufrió grandes daños debido a catástrofes naturales, como el devastador terremoto de Creta en julio del 365, que fue seguido horas después de un tsunami que destruyó particularmente las costas de Libia y Alejandría.​

Así que no, la biblioteca no fue destruida por UN incendio, ni tampoco tenía TODO el conocimiento del mundo pues en otras ciudades también había otras bibliotecas grandes. Y la rival de la de Alejandría era la de Pérgamo ciudad que, por cierto, dio el nombre al pergamino.

bilbioteca de alejandría

9- La curiosa creación del pergamino

Este popular material para la escritura fue inventado en la ciudad llamada Pérgamo, en la actual Turquía. Y la razón que le inventaron fue muy curiosa.

Resulta que Ptolomeo V, el rey de Alejandría, estaba celoso porque allí el rey Eumenes II estaba creando una biblioteca más grande que la suya. Entonces mandó a encarcelar a su propio bibliotecario, Aristófanes de Bizancio (sí, el creador de la puntuación), porque se enteró de que iría a Pérgamo a trabajar con el enemigo.

Pero eso no fue lo único que hizo Ptolomeo para ganar la carrera por la mejor biblioteca, también cortó el suministro de papiro, del que tenía monopolio, a la ciudad de Pérgamo con tan mala fortuna que esa escazes hizo que allí perfeccionaran una técnica de escribir en piel que terminó con la creación del pergamino. Y de allí el nombre de este material.

10- Origen del Canon

Todos hemos oído hablar del “canon literario” esa colección de obras que “todos deben de leer”, esos libros clásicos de calidad (casi) indiscutible que son la referencia a la hora de hablar de literatura. ¿Pero quién los escoge? ¿por qué esos? ¿y por qué se les denomina “canónicos”?

La palabra “canon” viene del griego canon, que significa literalmente «recto como una caña». Esta palabra a su vez viene de una raíz semítica muy antigua (en lengua asirio-babilonia, qanu; en hebreo, qaneh; y en arameo, qanja).

En la antiguedad, la palabra se usaba para denominar a una vara de medir y fijar con precisión tamaños, proporciones y escalas. Bajo esta misma idea, las autoridades cristianas usaron la palabra para determinar cuáles de todos los textos bíblicos eran sagrados y cuáles apócrifos, es decir, que no fueron escritos por inspiración divina.

«En el siglo IV, cuando el repertorio estaba ya casi cerrado, el historiador Eusebio de Cesarea llamó «canon eclesiástico» a la selección de libros que las autoridades declararon de inspiración divina y donde los creyentes podían encontrar una pauta de vida. Más de mil años más tarde, en 1768, un erudito alemán utilizó por primera vez la expresión «canon de escritores» en el sentido actual». – Irene Vallejo (2019)

Así que de allí nos viene esa expresión de «canon literario», aunque, comparado con el religioso, el canon literario es más flexible y a través del tiempo se ha reevaluado permitiendo la entrada y salida de obras que dejan o comienzan a ser más relevantes, incluyendo también diferentes géneros literarios, géneros de los autores o geografías.

Bueno lector, esos fueron los datos que más me gustaron del El infinito en un junco. Elegí estos que eran desconocidos a mí y que me fascinaron especialmente y, como viste, terminé mencionando más datos porque este libro es un cofre lleno de datos curiosos, interesantes e inspiradores.

El infinito en un junco es un libro que hay que abordarlo con lentitud, un poco a forma de diario, consumiéndolo en pequeños bocados cada día, porque en el mar de información (por momentos irrelevantes, soporíferas y repetitivas) puede uno fácilmente quedarse a medio camino y perder la motivación. Por eso creí conveniente hacer este artículo así, como una lista, eligiendo lo que, para mí, fue más relevante, aunque no incluí la cantidad de libros recomendados por Irene Vallejo, algunos de los cuales, sobre todo los clásicos, los encontré en este artículo.

Cuéntame tú, lector, si ya leíste el libro y alguno de estos datos también te gustó, o si tienes otro favorito. ¡Te leo en los comentarios!

-Luismi.

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