- Título: Carta al padre.
- Autor: Franz Kafka.
- Año de publicación: 1919.
- Extensión: 80 páginas.
- Calificación en Goodreads: 5.
- Temas: matrimonio, paternidad, avaricia, educación.
Carta al padre es una carta de aproximadamente 100 páginas que le escribe Franz Kafka a su padre Hernan Kafka en 1919 desde la pensión de Stul, en Schelesen, Bohemia del Norte.
Esta carta, que se ha vuelto casi tan importante como cualquier obra de Kafka, nos lleva a la intimidad de su vida, y sobre todo a la relación con su padre, un hombre potente y arrollador que habría de determinar en grado máximo la obra literaria de su hijo.
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Mejores frases Carta al padre de F. Kafka
“Mis escritos trataban de ti, pues en ellos sólo me lamentaba de aquello de lo que no podía lamentarme cara a cara.” Pag. 34.
“La avaricia es ciertamente uno de los indicios más fiables de una profunda infelicidad.” Pag. 36.
“Nunca comprendí tu total insensibilidad frente a la pena y la vergüenza que podías causarme con tu poder (…) Tú descargabas tus palabras sin el menor reparo, nadie te daba pena, ni en ese momento ni después; frente a ti, uno estaba completamente indefenso.” Pag. 16.
“Por favor, padre, comprende bien lo que te digo, en sí habrían sido detalles totalmente insignificantes, tan sólo llegaron a deprimirme por el hecho de que tú mismo, el hombre que para mí era tremendamente normativo, no te atuvieras a las órdenes que me imponías.” Pag. 17.
“Así, el mundo para mí se dividía en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo bajo leyes que solamente se crearon para mí y que, además, no sabía por qué, nunca pude cumplir enteramente; luego, un segundo mundo que estaba infinitamente lejos del mío, en el que vivías tú, ocupado de gobernar, dar órdenes y disgustarme cuando no se obedecían; y, finalmente, un tercer mundo, donde el resto de la gente vivía feliz y libre de órdenes y de obediencias.” Pag. 17.
“En todo caso, éramos tan diferentes y peligrosos el uno para el otro por esas diferencias, que si acaso se hubiera querido prever cómo yo, el niño que se va desarrollando poco a poco, y tú, el hombre hecho, iban a portarse el uno con el otro, se habrían podido suponer que tú simplemente me aplastarías, de modo que de mí no quedara nada.” Pag. 10.
“No es necesario volar al centro mismo del sol, pero sí lo es arrastrarse hasta un rinconcito puro de la Tierra donde de vez en cuando dé el sol y uno pueda calentarse un poco.” Pag. 57.
“Desde que tengo uso de razón me he preocupado tan profundamente en afirmar mi existencia intelectual, que todo lo demás me ha sido indiferente.” Pag. 50.
“A veces me imagino el mapamundi desplegado y a ti extendido sobre él de punta a punta. Y entonces me da una sensación como si para mi vida sólo entraran en cuenta aquellas regiones que, o bien no se hallan tapadas por ti, o bien están fuera de tu alcance. Y, de acuerdo con le impresión que tengo de tu tamaño, no son muchas esas regiones, ni muy consoladoras.” Pag. 65.
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“Existe una opinión según la cual el miedo al matrimonio a veces es causado por el temor a que más tarde los hijos le hagan pagar a uno los pecados cometidos contra los propios padres.” Pag. 66.
“Ya he insinuado que con el hecho de escribir y todo lo que se relaciona con ello he realizado pequeñas tentativas de independencia, intentos de fuga con éxito mínimo, y que difícilmente llevarán más lejos; hay mucho que me lo confirma. No obstante, es mi deber vigilarlos o, más bien, mi vida consiste en ellos, en no deja que los aceche ningún peligro que yo pueda prevenir; es más, en evitar cualquier posibilidad de semejante peligro.” Pag. 66.
“Habría necesitado un poco de estímulo, un poco de amabilidad, que me dejaran el camino un poco abierto; en cambio, tú me lo cerrabas, sin duda con buena intención de que eligiera otro. Pero para eso yo no servía. Me animabas, por ejemplo, cuando hacía un buen saludo militar y marchaba bien, pero yo no era un futuro soldado; o bien me animabas cuando lograba comer muchoe incluso cuando bebía cerveza con la comida, o cuando sabía cantar canciones que no comprendía, o cuando repetía como una cotorra tus dichos preferidos, pero nada de aquello formaba parte de mi futuro (…) ¿Para qué me servirían esos estímulos, si solamente aparecen cuando en primer lugar no se trata de mí?” Pag. 12.
“Era suficiente estar feliz por alguna cosa, estar colmado de ella, llegar a casa y manifestarlo, y la respuesta era un suspiro irónico, un movimiento negativo con la cabeza, un golpetear de los dedos en la mesa: ‘Ya he visto cosas mejores’ o ‘¿y a mí qué me importa?’ (…) Claro que no se podía exigir que te entusiasmaras por cualquier insignificancia infantil cuando llevabas una vida ajetreada y llena de preocupaciones. Tampoco se trataba de eso. Más bien se trataba de que, siempre y por principio, tenías que desilusionar así al niño en virtud de tu carácter opuesto; se trataba además de que esta oposición aumentaba sin cesar por la acumulación del material, de modo que finalmente también solía manifestarse si alguna vez tenías la misma opinión que yo, y de que al final estas desilusiones del niño no eran desilusiones de la vida ordinaria, sino que, dado que se trataba de tu persona para todo normativa, herían el corazón.” Pag. 15.
“La imposibilidad de un trato sosegado tuvo además otra consecuencia, en el fondo muy natural: perdí la costumbre de hablar. De lo contrario, tampoco habría llegado a ser un gran orador, pero aun así habría dominado el lenguaje humano con fluidez normal. Pero desde muy temprano tú me prohibías la palabra, tu amenaza “¡ni una palabra de réplica!” con la mano levantada, me acompañaban siempre.” Pag. 20.
“Yo vivía todo el tiempo en la ignominia, o bien cumplía tus órdenes, eso era vergonzoso porque sólo valían para mí; o me obstinaba, y eso también era una vergüenza: cómo podía obstinarme contra ti; o no obedecer porque, por ejemplo, no tenía tu fuerza, ni tu apetito, ni tu destreza, aunque tú me lo exigieras como algo natural; eso, sin embargo, era la mayor vergüenza. No eran estas las reflexiones del niño, pero sí era su sentimiento.” Pag. 17.
“O tu permanente forma de hablar sobre un empleado tísico: “Qué reviente, ese perro enfermo!” Llamabas a los empleados “enemigos pagados”; también lo eran, pero aún antes de haber llegado a serlo, tú me parecías ser su “enemigo pagador”. Allí también recibí la gran lección de que podías ser injusto.” Pag. 32.
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“Mi indiferencia fría, apenas oculta, indestrozable, de desamparo infantil, que llegaba hasta el ridículo y era la indiferencia totalmente autosatisfecha de un niño con suficiente fantasía de por sí, pero una fantasía fría, no la he vuelto a encontrar en ningún otro lugar, aunque en este caso fue también mi única protección contra los nervios destrozados por el miedo y por los sintimientos de culpabilidad.” Pag. 52.
“Me atrevo a decir que en toda tu vida no te ha sucedido nada que hubiera sido para ti tan importante como lo fueron para mí los intentos de matrimonio. Con esto no quiero decir que en sí no hayas vivido nada tan importante, al contrario, tu vida ha sido mucho más rica y más llena de sinsabores y más densa que la mía, pero precisamente por eso no te ha sucedido nada parecido. Es como si alguien tuviera que subir cinco escalones bajos y otro solamente un escalón que, sin embargo, al menos para él, es tan alto como aquellos cinco juntos; el primero no solo superará esos cinco escalones, sino cientos y miles más, habrá llevado una vida grandiosa y muy agotadora, pero ninguno de los escalones que ha subido habrá sido para él tan importante como para el otro aquel único y primer alto estalón.” Pag. 56.
“Ante cualquier insignificancia me convencías de mi incapacidad con tu ejemplo y con tu educación, tal como he tratado de describirlo, y lo que en cualquier insignificancia era cierto y te daba la razón, naturalmente tenía que ser monstruosamente cierto ante lo máximo, esto es, ante el matrimonio.” Pag. 68.
“Nuestras necesidades eran completamente distintas; lo que a mí me conmueve no tiene por qué afectarte y viceversa; lo que en tu caso es inocencia, en el mío puede ser culpa y viceversa, lo que para ti no acarrea consecuencias, puede darme un golpe de gracia.” Pag. 57.
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