Ficha técnica:
Título: Lo que no tiene nombre.
Autor: Piedad Bonnett.
Año de publicación: 2013.
Páginas: 115.
Temas: Duelo, suicidio, depresión.
Calificación en Goodreads: 4.
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Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett es un libro que desde su publicación en 2013 ha estado en la escena de la literatura colombiana como una presencia ineludible. Por eso cuando Yamid y Flor, los conductores del podcast literario Contratapas, me invitaron a su programa y me pidieron escoger una obra colombiana, no dudé en seleccionar este pequeño y doloroso testimonio de unas de las escritoras que está ahora en la pléyade de la literatura colombiana.
En esta reseña hablaré de las impresiones que me causó este libro, algunas de las cuales ya las había mencionado en el episodio de Contratapas podcast que puedes escuchar en Spotify, Soundcloud o Youtube.
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Resumen Lo que no tiene nombre
En Lo que no tiene nombre Piedad Bonnett narra los episodios que antecedieron y sucedieron al suicidio de su hijo Daniel, un joven artista plástico que luchó por años contra una depresión agudizada por unas pastillas contra el acné y por las presiones de quien se ve enfrentado, en un mundo exigente y caótico, a la decisión de qué hacer con su vida profesional, artística en este caso.
El libro está dividido en cuatro partes que inician cada una con una cita y con la imagen de alguna obra de Daniel. En cada parte Bonnet se centra en un tema particular (el dolor, la enfermedad, la locura, el suicidio), y cada una está compuesta de fragmentos, de escenas, algunas cortas como un pensamiento instantáneo, otras largas donde se dan los episodios más decisivos de la vida de Daniel. Esta escritura fragmentaria tiene algo de esa precisión de la poesía, de esas palabras incisivas que llevan al lenguaje a sus más amplias significaciones.
Esta obra, que podría ser una novela corta por su estructura prosaica y narrativa, es también un testimonio real, quizás una crónica (de una muerte anunciada), porque lo que se narra pasó tal cual y no hay más ficción que la que podría colarse en la memoria o en la divagación acerca de las acciones de un otro.
Así Bonnet le muestra al lector señalando callada y pausadamente, como una guía en la exposición de una catástrofe histórica en un museo, los momentos que marcaron la vida de Daniel, su camino de luces y oscuridades que lo fueron arrastrando al final abismo.
Y mientras tanto, Bonnett va haciéndose preguntas a ella misma, pero también se las hace al lector y a un Daniel ya ido que no puede responder: ¿Para qué los rituales? ¿Qué derechos tenemos sobre la vida de otros? ¿Cómo soportar el dolor de una pérdida?
No todas las preguntas tienen respuesta, porque Lo que no tiene nombre no busca responder preguntas, sino simplemente hacerlas, aunque al signo de cierre solo lo suceda un silencio.
Análisis literario Lo que no tiene nombre
La escritura como consuelo
Aunque Lo que no tiene nombre no es un libro de respuestas, la autora sí da algunas. Una de ellas sería ¿cuál es el consuelo, entonces, cuando se pierde un ser querido? La respuesta de Bonnet es: la escritura.
Al presentar la novela de Bonnett, Héctor Abad Faciolince dijo que “Lo que no tiene nombre dice algo muy claro: los rituales religiosos y sociales de la muerte —el velorio, las misas, el funeral, el entierro—, aquello que pudo servir durante milenios como rito de paso del final de la vida, como consuelo, a Piedad (y con ella a muchos de nosotros) ya no nos sirven.” Quizás el mayor consuelo es escribir sobre ello, y por eso, hacia el final del libro, Piedad dice:
Después del la muerte de Daniel, cuando mi amigo el escritor Antonio García sabe que estoy escribiendo este libro me regala El acontecimiento, un descarnado y bello libro de Annie Ernaux. En él leo esto que ahora inserto: «Es posible que un relato como este provoque irritación o repulsión, o que sea tachado de mal gusto. El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, da el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior».
Da el derecho, sí. Pero me pregunto por qué lo hago.
Quizá porque un libro se escribe sobre todo para hacerse preguntas.
Porque narrar equivale a distanciar, a dar perspectiva y sentido.
Porque contando mi historia tal vez cuento muchas otras.
Porque a pesar de todo, de mi confusión y mi desaliento, todavía tengo
fe en las palabras.
Porque aunque envidio a los que pueden hacer literatura con dramas
ajenos, yo sólo puedo alimentarme de mis propias entrañas.
Pero sobre todo porque, como escribe Millás, «la escritura abre y
cauteriza al mismo tiempo las heridas».
Así pues en su libro, y en innumerables entrevistas, Piedad Bonnett explica la razón de haber escrito esta obra, la razón de exponer su intimidad, de narrar su dolor. La respuesta es la respuesta de una poeta: las palabras curan. Más textualmente dice en el libro:
El dolor se apacigua al ser compartido con otros.
Pero esta no es una cura infalible; en cambio, es un remedio defectuoso con sus contraindicaciones. Las palabras no logran capturar todo el dolor, toda la tragedia y por eso también dice Piedad en su libro:
Los hechos, como siempre, acorralan las palabras.
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Pero la poeta intenta, y como no es suficiente con sus palabras, acude a las de otros. Por eso, Lo que no tiene nombre convoca a otras voces, a otros textos: Vladimir Navokov, Peter Handke (Premio Nobel de literatura 2018), Paul Auster, Blanca Varela, Imre Kertész, Vila-Matas, Javier Marías, entre otros, son llamados por Piedad en este juego intertextual como una forma de auxilio para configurar su dolor.
Lindo.
Mirar a los ojos la depresión
Hace poco vi este twit y pensé en lo que dijo Héctor Abad en la presentación del libro:
Mirar la enfermedad a los ojos es empezar a comprenderla, a tratarla, a curarla hasta donde se pueda. Y en la actualidad hay una enfermedad que todavía no somos capaces de mirar a los ojos con valentía: la enfermedad mental, el dolor tan hondo de una enfermedad que altera hasta tal punto nuestra percepción del mundo que nos puede llevar al homicidio de otros o al homicidio de nosotros mismos.
Un característica que después de unas páginas leídas se hace evidente en Lo que no tiene nombre es que Piedad Bonnett trata, con difícultad pero con éxito, de acercarse a los hechos de forma casi quirúrgica: presenta las escenas con limpieza y sin salamerías, no se detiene demasiado (aunque sí lo hace a veces) en sus dolores y sentimientos, hace todo con la mayor naturalidad que puede porque su intención es desmitificar la muerte, el suicidio, mirar a los ojos, como dice Héctor Abad, a la depresión.
Leer este libro permite eso: entender la enfermedad, identificar los rasgos y ser comprensivo con aquellos que la padecen. Piedad acompañó a su hijo en su camino “hasta el final”, es decir, caminó al lado suyo y, aunque sí intentó modificar su ruta, lo dejó ser guía en todo el trayecto.
Esta es una de las cosas que más valoro del libro: me hizo empatizar con Daniel (y por extensión con todos aquellos que sufren de enfermedades mentales), entender sus motivos (aunque no del todo compartir su decisión) y ver la realidad de una enfermedad que aunque no es tan visible como las del cuerpo, sí es tanto más letal que estas.
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Los eufemismos del suicidio
Piedad Bonnet, consciente de la libertad de su hijo y de la naturaleza de su enfermedad, dejó actuar y aceptó la decisión de Daniel sin maquillarla.
Por eso, otra de las cosas que más me gustó del libro fue ese estoicisimo ante la muerte, esa aceptación ante la tragedia y, sobre todo, esa lucha por decir la verdad de los hechos y por llamarlos como son, por usar las palabras correctas. Por ver a la muerte como una etapa más de la vida.
El episodio del entierro es por eso uno de mis favoritos porque refleja esta madurez de Piedad, pero también los vicios y desencuentros que revelan y propician estas situaciones. Para enfrentar para irse de frente a la muerte, a la muerte de un hijo y para escribir sobre ella con esta sinceridad, hay que ser valiente.
«Un libro abrasador, valiente hasta la violencia, extraordinario. Piedad Bonnett escribe desde el abismo e ilumina las sombras con un texto penetrante e imprescindible.»
– Rosa Montero
Opinión Lo que no tiene nombre
Es difícil medir un libro tan real como este con las mismas herramientas con las que se mide una pura ficción: no hay personajes bien o mal creados, no hay una trama desarrollada de tal o cual manera, no hay elogios o críticas a la capacidad inventiva del autor; aquí solo se podría hablar de cómo se presentan los hechos y cómo logran conmovernos. Lo que no tienen nombre hizo conmigo lo que debía: me hizo pensar, me conmovió, me involucró en la historia y, sin duda, no salí indiferente.
Sobre sus estrategias para escribir un libro tan personal y doloroso Bonnett dijo que “tenía que tener un transfondo poético y no ser abrumador, ni adornos innecesarios que dieran lástima, el sentimentalismo barato”. Ante el peligro de caer en un libro lastímero y melifluo, Piedad Bonnett optó por un estoicismo, por una frialdad (buena o mala), que le confiere a su testimonio un carácter más global y literario.
Algo que a mí me resonó mucho fue la angustia de Daniel por el futuro de su carrera profesional, por sus preguntas sobre si podía vivir del arte y cómo. Esto es algo que yo he vivido desde que salí del colegio, luché mucho con mi pasión por la literatura y es una batalla que aún doy. Todos los días, unos más que otros, me pregunto ¿para qué la literatura? ¿por qué hablar de ella? ¿puedo vivir de esto?
Aún no tengo las respuestas pero las sigo buscando. Este libro me dio una ¿por qué y para qué la literatura? Piedad se agarra de ella para entender lo que le pasa y es también eso lo que hacemos nosotros: encontrar en la literatura un salvavidas, una tabla de la cual aferrarnos mientras pasa la tormenta, un madero que dé sentido a nuestras vidas que parece vacía en momentos de confusión y pérdida.
¡Buena lectura!
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6 comentarios en “RESEÑA: Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett”