<p style="white-space:pre-wrap;">Encuentra las mejores frases de El extraño caso de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, la clásica novela del escritor escocés Robert Louis Stevenson. ¡Lee También la reseña!</p>
  • Título: El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

  • Autor: Robert Louis Stevenson.

  • Año de publicación: 1886.

  • Páginas: 115.

  • Calificación en Goodreads: 5.

  • Temas: dualidad, el bien y el mal, la reputación.

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El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde del escritor escocés Robert Louis Stevenson es una obra clásica de la literatura inglesa, y, por supuesto, universal.

Como toda gran obra, El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde está plagado de frases magníficas y fragmentos memorables.

Estos son mis siete frases favoritas del libro.

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Y de hecho, el peor de mis defectos era una cierta e impaciente predisposición al regocijo, que ha hecho felices a muchos, pero que yo encontré difícil de conciliar con mi imperioso deseo de llevar bien alta la cabeza y mostrar ante el público un semblante más serio de lo que es normal.
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Sus amigos eran los que tenían su misma sangre, o aquéllos a quienes conocía desde hacía más tiempo; sus afectos crecían con el tiempo, como la hiedra, y no implicaban la menor inclinación por el objeto.

Robert Louis Stevenson

Robert Louis Stevenson

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Aprendí a reconocer la completa y primitiva dualidad del hombre; Me di cuenta de que, de las dos naturalezas que luchaban en el campo de batalla de mi conciencia, aun cuando podía decirse con razón que yo era cualquiera de las dos, ello se debía únicamente a que era radicalmente ambas.
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Era el típico galeno rutinario, sin edad ni color de tez concretos, con un fuerte acento de Edimburgo y casi tan emotivo como una gaita.


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Me vi obligado a reflexionar profunda e inveteradamente sobre esa dura ley de la vida, que radica en el fondo de todas las religiones, y es una de las más abundantes fuentes de congoja. Y aunque aquella duplicidad fuese tan profunda, yo no era un hipócrita de ninguna manera; Mis dos facetas eran completamente sinceras; No era en mayor medida yo mismo cuando dejaba a un lado cualquier restricción y me sumía en el deshonor, que cuando me esforzaba, a la luz del día, para profundizar en el conocimiento o el alivio de las penas y los sufrimientos.
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Su pasado era bastante irreprochable; pocos hombres podían consultar los anales de su vida con menos recelo; Sin embargo se sentía profundamente humillado por las muchas malas acciones que había cometido, y exaltado de nuevo hasta una sobria y temerosa gratitud por las otras muchas que había estado a punto de cometer y había evitado.
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Recorrí calles sin cuento, donde todos dormían, iluminadas como para un desfile y vacías como la nave de una iglesia, hasta que me hallé en ese estado en que un hombre escucha y escucha y comienza a desear que aparezca un policía.
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Era una noche clara y despejada, el aire helado, las calles limpias como la pista de un salón de baile. Las luces, inmóviles por la falta de viento, proyectaban sobre el cemento un dibujo regular de claridad y sombra. Hacia las diez, cuando las tiendas estaban ya cerradas, la calleja queda solitaria y, a pesar de que hasta ella llegaran los ruidos del Londres que la rodeaba, muy silenciosa. El sonido más mínimo se oía hasta muy lejos.
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Cada día que pasaba, y en ambos lados de mi mente, el moral y el intelectual, me fui acercando más a aquella verdad por cuyo conocimiento parcial fui condenado a tan aterrador naufragio: que el hombre no es uno realmente, sino dos.
— pag. 107


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