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Ficha técnica:
Título: La muerte de Iván Ilich.
Autor: Lev Tolstói.
Género: novela.
Año de publicación: 1886.
Páginas: 160
Temas: muerte, enfermedad.
Calificación en Goodreads: 3.5.
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La muerte de Iván Ilich es una novela corta del escritor ruso Lev Tólstoi en la que Iván Ilich, un funcionario de la administración zarista cuya principal aspiración, quien, sumido en monótona existencia, sufre una experiencia que le hará repensar la forma en que ha vivido su vida…
Este fue el libro elegido para la Lectura Conjunta del Estante en marzo. La leí junto con otros lectores de todo el mundo y compartimos nuestras impresiones durante dos en vivos por Youtube.
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Ahora sí, te dejo con las mejores frases célebres de Tolstói en su obra La muerte de Iván Ilich:
Frases La muerte de Iván Ilich
«En los últimos tiempos, sumido en esa soledad completa, tumbado de cara al respaldo del sofá, esa soledad en medio de una ciudad populosa, entre numerosos conocidos y familiares —una soledad que en ningún otro lugar podría haber sido más completa: ni en el fondo del mar, ni en rincón alguno de la tierra—.»
«No se trata del apéndice o del riñón, sino de la vida y… la muerte. Sí, la vida estaba ahí y ahora se va, se va, y no puedo retenerla. Sí. ¿De qué sirve engañarme? ¿Acaso no ven todos, menos yo, que me estoy muriendo, y que sólo es cuestión de semanas, de días… quizás ahora mismo? Antes había luz aquí y ahora hay tinieblas. Yo estaba aquí, y ahora voy allá. ¿A dónde? Se sintió transido de frío, se le cortó el aliento, y sólo percibía el golpeteo de su corazón.
Cuando yo ya no exista, ¿que habrá? No habrá nada. Entonces, ¿dónde estaré cuando ya no exista? ¿Es esto morirse? No, no quiero.»
«A ellos no les importa, pero también morirán. ¡Idiotas! Yo primero y luego ellos, pero a ellos les pasará lo mismo. Yo ahora tan contentos…¡los muy bestias! La furia le ahogaba y se sentía atormentado, intolerablemente afligido. Era imposible que todo ser humano estuviese condenado a sufrir ese horrible espanto.»
«Ivan Ilich vio que se moría y su desesperación era continua. En el fondo de su ser sabía que se estaba muriendo, pero no sólo no se habituaba a esa idea, sino que sencillamente no la comprendía ni podía comprenderla.»
«Quizá haya vivido como no debía —se le ocurrió de pronto—. ¿Pero cómo es posible, cuando lo hacía todo como era menester? se contestó a sí mismo, y al momento apartó de sí, como algo totalmente imposible, esta única explicación de todos los enigmas de la vida y de la muerte.»
«Su casamiento… un suceso imprevisto y un desengaño, el mal olor de boca de su mujer, la sensualidad y la hipocresía. Y ese cargo mortífero y esas preocupaciones por el dinero… y así un año, y otro, y diez, y veinte, y siempre lo mismo. Y cuanto más duraba aquello, más mortífero era. Era como si bajase una cuesta a paso regular mientras pensaba que la subía. Y así fue, en realidad. Iba subiendo en la opinión de los demás, mientras que la vida se me escapaba de los pies… Y ahora todo ha terminado, ¡y a morir!«
«Comprendió que la vida conyugal —al menos con su esposa—, lejos de garantizar una vida agradable y de buen tono, a menudo la destruía, y que, por tanto, se hacía imprescindible protegerse de tales perturbaciones.»
«Volvieron a arrastrarse los minutos, y luego las horas, siempre idénticas, siempre sin fin, y el desenlace inevitable se hacía cada vez más terrible.»
«La vida, una serie de sufrimientos cada vez mayores, volaba más y más deprisa hacia su fin, hacia el sufrimiento más espantoso.»
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