Artículo 4/4 de la serie «Cuando las cifras se convierten en letras«
Hola, lectores.
Amicie de nuevo aquí con el tercer artículo de la serie «Cuando las cifras se convierten en letras» dedicada a la traducción automática.
Desde 2019, Google ofrece un nuevo servicio para traducir sus conversaciones en tiempo real. De este modo, Google se ha convertido en un auténtico intérprete móvil. Funciona a través de diferentes dispositivos como el smartphone, el altavoz Google Home o los auriculares conectados Pixel Buds. Todo lo que tienes que hacer es pedirle a Google que hable en otro idioma, y el dispositivo que estés usando se activará y traducirá instantáneamente lo que estás diciendo al idioma seleccionado.
Parece una promesa de televentas, el tipo de cosas que compras gracias a un comercial de televisor pero que sólo usarás una vez antes de aburrirte y dejarla en el armario durante otros quince años.
Pero, en realidad, el intérprete automático es mucho más complejo que una bicicleta estática. Tal vez incluso se convierta en una herramienta cotidiana que pueda utilizarse tanto en el lugar de trabajo como en calidad de turista en una playa griega. Pero entonces, ¿podría ser el intérprete automático el hormigón que permita reconstruir la Torre de Babel?
Cuando me enteré de la existencia de esta nueva herramienta de traducción, me descargué inmediatamente la aplicación Google Traductor en mi smartphone para intentar conversar con mi compañero de piso italiano, pero para ser sincera, el veredicto no fue muy bueno. La aplicación permite una discusión práctica como «¿Te has acordado de sacar la basura?», pero el problema es el tiempo de reacción que impide una discusión fluida y agradable. Pero tal vez sea sólo una cuestión de costumbre:
En este artículo exploraremos si estos intérpretes automáticos cambiarán nuestras lenguas y su aprendizaje.
En primer lugar, ¿por qué hablamos una lengua y no otra? La respuesta parece obvia: el aprendizaje de idiomas empieza en la unidad familiar. Si los padres hablan turco, sus hijos hablarán turco. Además, el aprendizaje de idiomas continúa en la escuela, ya sea en el aula o en el patio.
Para ilustrar nuestro razonamiento, tomemos el ejemplo de Italia y sus numerosos dialectos. Estos dialectos, que se transmiten de generación en generación, son específicos de una región, a veces incluso de un pueblo. Sólo existen de forma oral y no se enseñan en la escuela. Así, un bebé italiano nacido en Avezzano, por ejemplo, no aprenderá el italiano, sino el dialecto de los Abruzos. Sólo más tarde, cuando esté en la escuela, empezará a aprender italiano nacional.
Por otro lado, si todos los padres italianos decidieran hablar su lengua nacional a sus hijos, es probable que los dialectos locales desaparecieran rápidamente. Esto es lo que ha ocurrido en Francia, como explica Jean-Louis Dessalles, investigador en inteligencia artificial y ciencias cognitivas:
«Por razones sociológicas, la gente tiende a hablar la lengua dominante […]. El peligro es cuando empiezan a educar a sus hijos en la lengua dominante, así es como en Francia, por ejemplo, ahora sólo se habla el francés mientras que hace dos siglos todavía había muchas lenguas regionales […]».
Para mejorar las posibilidades de éxito en la educación y la carrera, solía ser mejor hablar la lengua nacional utilizada por la élite que el patois local. Hoy en día vivimos en un mundo cada vez más conectado y multinacional, y se ha hecho casi imprescindible tener algún conocimiento de inglés. Los padres lo saben y algunos incluso se lo hablan a sus hijos a una edad temprana. Esto es lo que está ocurriendo en los países nórdicos europeos en particular. ¿Se repetirá el patrón y desaparecerán algunas lenguas nacionales como el finlandés, por ejemplo?
La motivación de los padres para hablar y enseñar a sus hijos las lenguas dominantes es comprensible, pero surge la pregunta: ¿podrían los intérpretes digitales invertir la tendencia?
En realidad, es muy difícil saber qué pasará con el aprendizaje de idiomas, ya sea en casa o en la escuela. Dependerá de cómo la humanidad se enfrente a estas nuevas tecnologías.
Son posibles varios escenarios. Es posible que la gente diga que ya no tiene sentido enseñar a sus hijos las lenguas nacionales o internacionales, porque de todos modos habrá tecnología para hacer la traducción. A continuación, se recrearán nuevos dialectos y patois. O, por el contrario, como hemos visto en artículos anteriores, consideraremos que los traductores son mucho más eficientes con las lenguas dominantes y en este caso nos ceñiremos a las lenguas nacionales, como hacemos hoy.
De hecho, el problema es siempre el mismo, tanto en los traductores automáticos como en los intérpretes automáticos: esta brecha que se ampliará entre las lenguas dominantes y las lenguas raras. Mientras que un español y un francés pueden intercambiar opiniones sobre la arquitectura gótica de los jesuitas, un nepalí no puede, hoy en día, ni siquiera preguntarle a un inglés su camino con Pixel Buds.
Sin embargo, sólo estamos en el inicio del desarrollo de estas nuevas técnicas, y no debemos olvidar que es una técnica en evolución gracias al Deep Learning (ver artículo 2). Precisamente por eso la interpretación digital puede funcionar, y por esa misma razón, según Heinz Wisman, el esperanto, que pretendía convertirse en la nueva lengua universal, no ha tenido éxito:
«El esperanto no se puso de moda porque no es una lengua en evolución. Fue concebido como un lenguaje cerrado y nadie quiere utilizarlo.”
El inglés, por su parte, se ha consolidado como lengua evolutiva y de cultura, pero con las nuevas tecnologías de traducción puede perder algún día su posición dominante. En lo que respecta a la educación escolar, es posible que el inglés pierda su carácter obligatorio en detrimento de la enseñanza de las nuevas tecnologías de traducción automática.
Los límites de los traductores automáticos actuales son bien conocidos, y radican en la insinuación de las expresiones de cada lengua y cultura. Sin embargo, en el lenguaje cotidiano, los traductores automáticos ya son satisfactorios si evitamos la poesía o la jerga. Además, cuando hablamos de aprender a utilizar estas herramientas, quizá se trate de aprender a hablar con el programa para que pueda traducir lo que decimos de forma eficaz.
Pero ¿deben ellos adaptarse a nosotros o nosotros a ellos? Al adaptarse a ellos, las discusiones perderán su fluidez, pero al adaptarse a nosotros, no tendríamos que hacer casi ningún esfuerzo. Y eso es un problema. ¡Recuerda el Génesis!
Después del diluvio, los hombres que hablaban la misma lengua decidieron construir una ciudad y levantar una torre como símbolo de su dominio sobre el mundo. La construcción de esta torre puede verse como un rechazo a la apertura a nuevas culturas y un deseo de universalidad.
“Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.” – Génesis 11:4
Pero Dios, queriendo dar a la humanidad una lección de humildad y la diversidad como regalo, decidió confundir las lenguas para que la construcción de la torre se detuviera:
“Ahora pues, descendamos, y confundamos allí sus lenguas, para que ninguno entienda el habla de su compañero. Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confudió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.” – Génesis 11:7-9
Este episodio bíblico recuerda a los hombres su deber de humildad y aceptación de la diversidad a través de la variedad de lenguas que se hablan en el mundo. Los hombres deben esforzarse por descubrir nuevas culturas y aprender nuevos idiomas para comunicarse con sus compañeros. ¿Podría este esfuerzo que tienen que hacer los humanos verse comprometido por los traductores automáticos? Quizás este sea el verdadero peligro de las interpretaciones digitales.
Como dice Adèle Van Reeth: «La traducción da al hombre sus mejores lecciones de humildad«, porque traducir implica tomar decisiones y no estar nunca plenamente satisfecho con el propio trabajo. El traductor cuestiona constantemente cada frase, incluso cada palabra. Deben desprenderse de sus creencias y sumergirse en nuevas culturas. Y es este constante retroceso, este cuestionamiento, esta superación lo que hace del traductor un hombre modesto.
Y la humildad, el humus, la tierra, es por definición propia de los vivos. Si dejamos que los ordenadores y los programas informáticos traduzcan nuestras palabras, ¿no perderemos nuestra humildad y, por tanto, nuestra humanidad? Como dice la Biblia, entonces sólo conoceremos la ignorancia y el orgullo.
Por eso podemos suponer que las máquinas no podrán sustituir completamente a los humanos. Aprender un idioma no es sólo una cuestión de practicidad. También se trata de descubrir una cultura, un humor, una sensibilidad diferente a la nuestra. Y el ordenador nunca podrá transcribir esta sensibilidad propia de cada lengua. Ser capaz de comunicarse con los extranjeros es una cosa, pero ser capaz de entenderlos es otra. Explorar otra forma de pensar y entender el mundo siempre será necesario y por eso creo que nunca dejaremos de aprender idiomas.
Y vosotros, queridos lectores, ¿qué opinan? ¿Cómo evolucionarán las lenguas? ¿Se está reconstruyendo la Torre de Babel?